miércoles, 13 de noviembre de 2013

La Noche de Magdalena.

Hoy es una de esas noches. Inevitablemente, ya nadie podrá detenerla. Una bestia lenta, ciega y negra más grande que todos nosotros se sienta sobre nuestros hogares sin tomar en cuenta nuestro sueño y nuestros miedos, nos mete a su piel, nos movemos por su sangre, somos su sangre. Es una de esas noches que llenan de lujuria a los hombres, que los llenan de perfume por el pecho hasta tocar su corazón, y les cosquillean la punta del miembro y les seca la garganta. Es de esas noches que despiertan a las mujeres y a las madres con olores y silencios, con roces fríos las invitan a calentarse, a levantarse descalzas para seguir al demonio que siempre las enamora, al niegan de día pero obedecen de noche. 

Así es como la noche se llena de vida escapándose, levantando su cabeza de la axila de Dios, ya al oír sus ronquidos se viene a celebrar con nosotros como pecadora nerviosa, así se vuelve eterna alimentándose de nuestra eternidad.

Hoy nadie duerme sino les lanzamos pesadillas, risas de viejas, o rostros de señores. Parece como si alguien bajara al mundo y se nos avisara para recibirlo, para platicarle y no dormirnos, para que saquemos de nuestra carne nuestros deseos más escondidos, los más necios y obstinados deseos que nos hacen morbosa la noche. A lo lejos suena la cumbia y las luces, los suelos están sucios y las familias borrachas. Los niños solos en su cuarto, ahí en el terrible color de sus paredes, en la frialdad interminable de sus sabanas, y de sus pies.

Iván Lavín


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