Por
aquellos de los que no se habla, y son ahora el silencio de las casas al
estar solas.
Por
aquellas lapidas que han sido tiradas y después borradas por la indiferencia
total de la tierra.
Por
aquellos que han sido olvidados incluso de los recuerdos de las familias.
Por
aquellos rostros que se perdieron en la infinitud de los hombres y que no
volverán a surgir jamás.
Porque
no volverán a ser vistos ni recordados, y se extinguirán hasta de la
lejana memoria de Dios.
Porque
son como si no hubieran existido… ya sus retratos y fotografías los destruyó el
aire dejando el polvo que sueltan los muebles, flotando entre los rayos del
sol.
Por
aquel hombre simple, que comió y bebió lo necesario para poder morir y ser lo
mismo que su siembra.
Por
aquella mujer que vivió con la misma modestia de sus vacas para poder morir un
día martes callada entre sus sabanas.
Por
aquellos que amaron sencillamente aquello que encontraron, sin gritarlo al
mundo, sin hacer un escándalo especial de su amor.
Por
los que no llegaron a nacer porque alguien quiso absolverles de la
misteriosa existencia.
Por
los anónimos, los poetas y los profetas que le hablaron al mundo en silencio
como le habla la naturaleza al hombre.
Por
los genios que fueron ignorados y se fueron perdiendo por el ciego y delicado
accidente del azar.
Crearon
como crea un dios: sin nombre y sin reconocimientos. Dando sin orgullo y sin
dolor como el árbol que deja a sus hojas caer.
Sus
milagros fueron invisibles, sus hermosas palabras, las más sublimes, sólo las
escuchó un hermano, un amigo, y después nadie.
Por
aquellos hombres que estaban destinados a cambiar el mundo pero prefirieron
antes cambiar su corazón.
Bendita
la humildad de no querer dejar huella, de no querer ser para siempre como
aquella arrogancia con la que se pintan las tiendas.
Son
más los olvidados, los recordados son sólo unos cuantos que quiere nuestra
vanidad y nuestro dolor.
Bienaventurados
los que no quisieron ser algo porque de ellos es el secreto de la eternidad.
Bienaventurados
porque conocen la naturaleza de las hojas secas, aceptan su sabiduría, su
dignidad y humildad, que es la verdad.
Benditos
los que se convirtieron en nada porque ahora son el idioma de la noche y de las
montañas.
Benditos,
porque han sido liberados de las memorias deformadas de los hombres tristes.
Bendito
es convertirse en esa indiferencia que inspiran las plantas y las rocas.
Bendito
ser nada y como antes de nacer, como antes de todo.
Nadie,
ni en la imaginación de nuestra madre, nadie, ni en el recuerdo de nuestros
hijos.
Benditos,
porque se perdieron, como se perderán estas palabras para alcanzarlos en su
ausencia y ser el eco de su olvido.
Hermanos,
hijos de la nada, prometo olvidarlos siempre y ser olvidado con ustedes.
Seremos
parte del mismo reino de las cosas, de ese vacío que hay en las cosas y de la
vida que surge en todas partes como en los patios que se abandonan.
Que
esta oración no perturbe su paz sino que les arrulle y les duerma en su
quietud.
Y
entonces sea sólo el silencio único testimonio de lo que fueron y único
visionario de lo que estamos destinados a ser.
Por
Iván Lavín
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