martes, 1 de octubre de 2013

El Ateo.

Padre lejano e íntimo, al cual acudía en el último miedo.

Testigo de mi soledad y de mis palabras más secretas.
Voz de mi infancia, grito de mi infancia, sed de mi infancia.
Dios de mi abuela y Dios de mi padre.
Imagen del sufrimiento, sangre de la compasión eterna.
Observador de mis pecados, terror de mis deseos.
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Al fin se ha muerto la ilusión de tu existencia.
°

Voz imaginaria ya no volveré a hablar contigo.
Ya no lloraré contigo, ni cortaré mi carne para alabarte avergonzado de mí mismo.
Ya no serás mi amigo, ni mi enemigo, has desaparecido.
Ya no estas detrás de mí orejas, gritándome cosas, esperando que confiese lo que has visto.
°

También sé que eras el diablo, que ponías palabras en mi vientre cuando yo las escondía.
Ya te fuiste a jugar en el cerebro de otro niño, y vas a ayudarle con los gritos de sus padres; pero vas a castigarlo en los ecos del baño, en el sudor que guarda debajo de sus sabanas.
°

Que no te aflija el que haya volteado mi espejo contra la pared, donde ahora sólo pueden vivir las arañas.
Por las veces que te dije te amo, fue a ese espejo de mis anhelos.
°

Tal vez regreses en el segundo de mi muerte, tal vez te grite desde mi accidente.
Pero tu entonces lo sabrás más que yo, es la vieja costumbre de mi mente.
Que los ángeles me suelten, que después de mi muerte, ya solo, me dejen en el sagrado silencio.
 Y que todos, tú y yo, estemos ausentes.

Por Iván Lavín



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