miércoles, 23 de diciembre de 2015

Puerta a la nada.





Sólo la muerte nos desprende, nos limpia, nos desnuda de lo que no somos, de todo lo creído y lo alucinado, de todo lo que quisimos ser.

Nos arrebata  de nuestras  mentiras,  nos deja vacíos y blancos; en un aire libre y eterno, ahí, en la nada, en el origen y silencio que fuimos antes de ser.

Sólo la muerte nos perdona, nos olvida y nos acepta, borra nuestra mente con un beso y luz en nuestra frente, destruye  lo que acumulamos, nos deshace, nos abre  por los infinitos caminos del ser.

Sólo la muerte…  nos deja descansar,  nos suelta de nosotros mismos, nos brinda el dulce de la paz; lo que queda cuando nos abandona  el miedo, el tiempo, y el desear.

¡Oh! si supiéramos morir… viviríamos en paz, si supiéramos que el vivir es el morir y el morir es el vivir tocaríamos en un parpadeo  la eternidad.





Iván Lavín

martes, 22 de diciembre de 2015

Espejo Negro





Es la muerte la que germina la vida.
Las palabras las que cubren el eterno silencio.
Es la oscuridad más antigua, madre de la luz.


Por eso el ser siempre vivirá a la sombra del no ser.


Y tu visión es realmente ceguera;
y tu conocimiento, tu ignorancia;
y tu amor, tu miedo.
Pero no niegues las tinieblas que te abrazan.


¡Oh sagrado secreto! no estás en las estrellas sino en el vacío que nos rodea.







Iván Lavín

miércoles, 7 de octubre de 2015

Monólogo de evaporación.




¿Quién soy sin recuerdos? ¿Por qué he de ser lo que recuerdo, lo que me digo que soy? Cayó una hoja del árbol, y se hizo tierra y aire; fue así el perfume del bosque. ¿Y yo por qué no me dejo caer? ¿Por qué seguir siendo lo que fui? Nadie tiene miedo si se olvida de sí mismo… y sólo quien se entrega logra vivir. Quien se cubre se pudre por dentro, quien se desnuda respira, lo cerrado es muerte, lo abierto es vida. Pero ese yo que soy yo se niega a desaparecer, se agarra a sí mismo, hiere su carne con sus dedos, no le importa, prefiere desangrarse a dejar de ser. Al menos aquí hay dolor, una certeza, allá no hay nada, ni siquiera alguien que vea que hay nada… Quién soy yo para detener el universo guardándome en mí mismo, encogiéndome en mi infinita ignorancia. Podré alterar el organismo pero jamás detenerlo de su infinito destino, ¡Qué me importa ser o no ser, pues mi respiración no es mía! ¡Es de alguien o algo, quien me respira! Yo soy respirado, por eso la vida es más importante que mi vida. Yo, mi yo, es eco, sombra, huella, marca, reflejo que deja la vida, pero no es la vida, la vida va allá, un paso adelante, tan limpia que si quiero ir con ella debo de ir sin mí. Para ver a Dios tengo que ser Dios, Dios es un viajero sin futuro, sin pasado, luz sin dirección, camino esfumado, desprendido de todo para estar en todos, la nada misma, la semilla y el gusano, indivisible movimiento del suspiro que suelta vida en todos lados. No hay guarida para mí, aunque me cobije en mi yo imaginado hecho de polvo de pensamientos que chocan contra mi cráneo. ¡Cómo es necesario adoptar la indiferencia de las rocas! palpar la vida tal cual se presenta, no evadir ni buscar, no refugiarme en un placer ni coleccionar memorias, traspasar todo sin reñir con algo. Nuevo, extinto, sin saber donde termino, donde inicio. Es quien sabe morir quien se hace inmortal, todo fin es ilusorio si aceptamos terminar. No es la oscuridad, no es la nada, es el deseo de ser quien inventó el miedo a no ser. La energía  avienta sin preguntar qué quieres ser para dejar de ser… He de seguir sin mí, sin adelante, sin atrás, sin verme, sin centro ni contorno, sin pensar lo que soy y lo que dejo de ser. Limpiar los ojos diario, los ojos de un invisible que no es atrapado por formas, ni encadenado por continuidades… Pero es aquí este yo quien se ha dado cuenta… que es él mismo quien intenta desprenderse del yo, el yo jugándose una trampa para poder seguir, y busca y cava ahí donde avienta la misma arena que lo crea y lo sigue creando. La voluntad invita al yo, así es que no puedo hacer nada, ni querer no hacer nada. He de vivir con este yo mientras sea yo, dejarlo que sea, hasta que venga un inesperado viento que me aviente al todo, y me arrase, y me olvide de mi mismo, y me calle.