jueves, 19 de junio de 2014

El Hombre Solo

El hombre solo, recién nacido, extraño a todo, desnudo, con frio, increíblemente desconocido de todo lo que lo rodea, de los colores y de los espacios, de la cara de su madre y de la forma de su mano. No sabe cómo se dio el surgimiento de su conciencia, el infinito negro vacio irrecordable de donde sale todo lo que él es, y de donde se pregunta todo lo que es. Habla solo en su cabeza con el eco de su propia voz como único recurso, como cuando al niño que le dejan una pelota en un cuarto vacio.  Esta aquí tirado sin tener de donde agarrarse, de donde sostenerse, no hay refugio, no hay nada que le diga de donde viene y adonde puede ir, lo aventaron de la oscuridad, lo mataron, despertó aquí sin ser avisado, abrió los ojos dentro de esta pesadilla extraña llena de ojos, pieles y olores. Encerrado, tan encerrado como para morirse de miedo, con un grito horrible de locura, arrancarse la piel y desmayarse. Con los ojos congelados de espasmo ve el cielo rojo y el desierto, un animal extraño al que le dicen perro. No reconoce nada, se escapa en el closet de la casa buscando la oscuridad de antes, entre la ropa, en un rincón, en su almohada, algo que lo duerma para no estar aquí, pero las tardes siguen surgiendo eternamente, cotidianamente llenando de amarillo las cortinas, y de gritos lejanos a las calles, y de sueño a las ancianas. No, no sabe nada, no sabe qué está haciendo aquí, no hay nadie que se lo diga, y nadie a quien preguntar, pues los otros igual a él, tan humanos como él, tampoco lo saben, nadie conoce nada de esta vida, todos están igual, se inventan o se creen sus propias mentiras para olvidar su soledad, seguir, y olvidar. Y este hombre duerme obstinadamente pero despierta siempre en la misma realidad, aun solo, con el vacio en el pecho de despertar en un lugar ajeno, desconocido, indiferente y ciego, continuo, vive entre todos como todos, es amigo y hermano, es amante, es padre e hijo, sonríe y habla, porque así tiene que ser aquí, porque alguna cara hay que poner, pero aun está solo, no se acostumbra a la vida, no hay voz que lo convenza ni mano que lo salve. También él sabe que no es único, no es especial ni individual, no, su soledad va más allá y viene de más allá, de un sentimiento raro y olvidado, es el sentimiento que se puede ver en los ojos del caballo. Él sabe, algo sabe, algo le grita que estamos solos al infinito de una inmensidad espantosa incomprensible. Y aquí en la tierra que quema a sus hijos, él también ha escuchado ya en los ruidos de la noche todo el sufrimiento unido del mundo, una voz que es todo el silencio como llanto, desde el primer niño hasta el último hombre, todos solos, traspasándose nada mas ese último aire, ese mismo aire común que les concedió la existencia, para después escupirlo en el más insoportable de los suspiros, el más desgarrador de los lamentos, el que seca la boca y pudre los dientes, el que aplasta el cuerpo y los genitales hasta el límite que un ser viviente puede soportar. Es este sufrimiento de todos, el de todos los tiempos, el mismo de este hombre solo,  porque sabe que todos son igual a él, y que todos en el segundo de su muerte ya estarán tan solos como él, hablándole al pavimento pues no hay nadie a quien hablarle, este auxilio sólo se escucha en su cerebro, y de ahí no sale, ensucia sus paredes de negro, ¿y a quién rogarle? ¿a quién reclamarle la existencia? ¿a quién insultar? ¿a quién culpar? en qué salvarse si no hay nadie, él bien lo sabe que no hay dioses, pero aun así con locura desea hablarles, pues algo se tiene que escuchar, por lo menos la oración que el alma no sabe expresar, lo impensable, lo que no se puede nombrar, alguien, alguna cosa que explique este tremendo escenario, por compasión a los hombres, por lastima a su infinita ignorancia. Se inca con lagrimas y sudor frente al sol, hacia el sol por dirigirse a alguien, por ser lo más lejano y grande de su vida, pero no puede verlo, los rayos rompen sus ojos, y queda más ciego, todo se ve rojo, ni siquiera se le da ese descanso que brinda lo negro. Sin más que lo qué es, se queda ahí tirado con la boca abierta, como animal tieso esperando su muerte. Aun parece que respira, apenas alcanza a ver en su estomago el movimiento de abajo a arriba, o es la montaña que tiene vida, no lo sabe… se confunde con todo, se pierde en todo, ya borroso no siente qué es la tierra y qué es su piel, qué es él y qué no es, si está muriendo o está naciendo, si los gusanos se lo comen o él se está convirtiendo en ellos, se diluye en la lluvia, como eterno, en el olor de las vacas, en el pasto donde una niña salta, sale del árbol, en el sabor de las manzanas, y sin saberse se esfuma su soledad junto con él cada mañana.


Iván Lavín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario