lunes, 17 de diciembre de 2012

Amanecer.

 
En un desierto lejano, rodeado de grandes montañas doradas, existía un pequeño pueblo. Los habitantes vivían tranquilamente pero ninguno de ellos sabía porqué o para qué habían llegado ahí.
 
Algunos amaneceres, cuando detrás de las montañas salía el sol, un bebé nacía de la arena y la comunidad se ocupaba de él, arropándolo y cuidándolo, de esta manera habían llegado todos los habitantes.
 
Lo único que se sabia de este misterioso origen, era quien había sido el primero en nacer. Aquel que tal vez sabia el secreto. El hombre más viejo del pueblo, al que todos llamaban cariñosamente "Padre Maestro", cuando los habitantes le preguntaban: "¿Por qué estaban allí? ¿Por qué existían?, él contestaba sonriendo: "El misterio no es mas que aquel lugar donde ahora no nos corresponde estar. Lo que si sabes, es que existes, y  eso te basta para estar aquí felizmente”.
 
Algo que "El Padre Maestro" les había enseñado a los habitantes, era a festejar acontecimientos y todo acontecimiento era llamado milagro. Había dos días muy importantes: cuando salía un bebe de la arena, que era el momento donde todos recibían y besaban  al nuevo ser, y el otro día,  cuando se metía el sol detrás de las montañas del oeste y uno de los habitantes decidía seguirlo hipnotizado,  entonces todos repetían los actos del "Padre Maestro", que era el despedirse riendo, todos estaban contentos por aquel ser, que era llevado por la luz del sol hasta desparecer detrás de las montañas, "El Padre Maestro" les había enseñado que era algo natural, que todos algún día se irían así, por que  el sol los trajo y ahora el sol se los lleva, y con la misma alegría con que se recibe a los seres es como se deben  de despedir.
 
Así es como ellos se amaban más allá de la pertenecía, más allá de la costumbre, porque estuvieron juntos en su momento, y ahora respetaban y obsequiaban su alegría a este acontecimiento. Una de las principales enseñanza del "Padre Maestro" era esta: "Confía en tu momento y no desees otro, se te da sólo lo que necesitas; entonces recibe lo que es, la asombrosa magia del  los regalos que se pierde cuando tu quieres escoger el obsequio."
 
Llego entonces el  maravilloso atardecer que "El Padre Maestro" decidió seguir con sus ojos  enamorados del sol,  pero esto fue algo inesperado para los habitantes, pues por alguna razón creyeron que "El Padre Maestro" siempre estaría ahí para guiarlos, los niños bailaron, pero los habitantes más grandes sintieron miedo, creían que se les arrebataba la seguridad de su existir, se iba su padre y con él las respuestas, "¿Pero qué será de nosotros?"- preguntaban angustiados,- "¡Nunca nos dijiste que tu también te irías!”. "El Padre Maestro" apartó sus ojos de aquel  atardecer rojo y dijo estas ultimas palabras al pueblo: "¿Acaso saben adonde voy? ¿Les importo yo o sólo lo que les voy a dejar de dar?. Yo ya les di, y sin embargo me despiden con su egoísmo, ahora su falta de confianza los cegará hermanos míos".- después recobró su sonrisa y siguió su luz ya sin  mirar atrás.
 
Llego la  noche, y esta vez el pueblo sintió la oscuridad, confundidos se miraban unos a otros, con ojos tristes se consolaban, los niños abandonaron su felicidad e imitaron el dolor de los mayores, entonces los habitantes llamaron a esto "perdida", y crearon la idea del abandono, olvidaron las enseñanzas del "Padre Maestro", olvidaron los que recibieron por aferrarse al dador.
 
Fue así como el pueblo asocio esta ida con el sol como algo malo, y la noche como un dolor silencioso, después, todo esto  fue conocido como "muerte".
 
El vació que sintieron provocó que entre ellos quisieran adueñarse uno del otro, después sentían que cada uno perdía algo, y en esta pertenecía se crearon familias y colonias, y el bebe que nacía de la arena ya tenia dueña, tenia que ser de una sola mujer y este bebe sólo seria hijo de ella. Ahora los que se iban con el sol, lo hacían contra su voluntad, la luz parecía fuego, las despedidas estaban llenas de llanto, se arrastraban los familiares  y jalaban al ser que se iba llorando, pero nadie, absolutamente nadie, podía hacer nada contra la voluntad del sol.
 
Y así pasaron varios años, en el  que pueblo creció, porque muchos eran los que se resistían a mirar el sol por miedo a seguirlo, pero a todos finalmente les llegaba su hora, y cuando un familiar se metía con otra familia, o una colonia quería adueñarse de otra, se atrapaba a los enemigos y se les forzadas a irse con el atardecer, esto era lo que llamaban "asesinato".
 
En este pueblo ciego, donde las montañas las veían grises y sin embargo aun eran doradas, los niños  llegaban del sol con cierta frescura, con la arena dorada entre sus ojos, entre su piel, su alegría y su voz tenían el mismo aire de aquel lejano "Padre Maestro", ellos eran los que más se acercaban a las montañas y jugaban entre ellas.
 
Fue un día, cuando un niño solitario pateo su pelota con tal fuerza que se perdió entre las montañas, rumbo al oeste y cuando estaba apunto de atardecer. El niño sin poner atención hacia donde se dirigía, fue a buscarla con esa energía que demuestra el que quiere seguir jugando,  corriendo  por todas partes, sin darse cuenta, ya estaba muy arriba de las montañas, donde el aire parecía de oro. El niño no miraba el sol, pero descubrió lo que este alumbraba, quedo fascinado, su rostro se ilumino y suspirando levemente dijo: "Esto somos nosotros". Para el pueblo el sol se metía pero para este lado de las montañas el sol era lo que salía.
 
La inocencia que poseía le permitió  regresar de aquel lugar de donde nadie regresaba,  ahora sabia, que no había razón para temer o sufrir cuando los seres se iban, pues esto era parte de la misma naturaleza de esos seres, ellos podrían imaginar miles de miedos, pero los miedos nunca podrán cambiar la voluntad de la naturaleza que los protegió antes, y los protegerá después, y así  es como regresaban a esa confianza, la misma confianza que los hizo nacer.
 
Una vez que el sol penetro en esa inmensidad el niño se dio cuenta que ya era de noche y la noche le pareció un silencio divino. Regreso a su pueblo comprendiendo que era el momento de estar ahí, porque en ese estar se sintió parte de lo eterno.
 
Al siguiente atardecer otro habitante fue llevado por el sol, y se volvió a repetir el espectáculo del sufrimiento, pero el niño ya limpio de los ojos, le pareció esto un circo cómico, un ser que era retenido de su propia naturaleza, un miedo inventado que se resistía a un destino divino, al niño le parecía absurdo que los demás se aferraran en detener la energía de la propia existencia, haciendo así de este milagro hermoso algo penoso. Se comenzaron a mezclar extrañas contrariedades de sentimientos, por un lado las risas del niño y  por el otro, el llanto de los familiares, la risa era tan limpia y contagiosa, que muchos sonrieron, los demás niños rieron con su amigo y el llanto de los familiares se tornaba así más ridículo, quedaron totalmente ofendidos, pues para ellos esto era algo muy serio. Al final como todos sabían que sucedería,  el ser se fue con el sol,  después los familiares se dirigieron al niño con la intención de reclamarle, pero este antes les digo: "¿Por qué no celebraron lo inevitable? ¿Por qué de lo que no saben, hacen algo desagradable?, han hecho del sol un enemigo, cuando gracias a él estamos aquí,  ustedes piensan que el sol quita, cuando en realidad siempre esta dando, este momento sagrado es para amar y reír, pues bien lo saben ustedes que así quisiéramos irnos todos". Los familiares se fueron en silencio y sin poder curar su tristeza, entonces el niño comprendió que lo mejor era no intervenir  en el sufrimiento ajeno, ya que un ciego ve con luz y no con palabras. Entonces él, como aquel "Padre Maestro" seria un ejemplo y por su parte estaría riendo sin molestar a nadie, recibiendo con alergia al sol y a los hombres, con ganas de contagiar su felicidad, para que todos partan con la gloria de una existencia digna.
 
Ahora cuando los habitantes  se van entre las montañas y el sol, después de los llantos  y  el miedo, ya al estar solos caminando,  ven  por ahí  que se asoma un niño riendo, e inmediatamente se tranquilizan y sonríen al verlo, pues presienten que ese niño sabe el secreto del lugar al cual se están dirigiendo.
 
 
FIN
 
 
                                                                                                       Iván Lavín
12/ Oct / 2012